“¿Qué
deseo, pues hoy? Deseo tener un afecto diverso del de mi gato. Un alma diversa
de la de mi cocinera, un Alma que me quiera, un alma en la cual pueda imprimir
mi sello, con la cual pueda dividir la enorme pesadumbre de mi yo inquieto...
Un alma... ¡Mi reino por un alma!” Éste es un fragmento de una de las obras de Juan
Crisóstomo Ruiz de Nervo y Ordaz mejor conocido como Amado Nervo, caracterizado
por un misticismo y una melancolía particular y quien ha pasado a la historia
en novelas, poesías, ensayos entre otros géneros literarios, con obras como: El donador de almas (1899), El éxodo y las
flores del camino (1902), El diablo desinteresado (1916), El estanque de los
lotos (1919), entre otras.
Nacido el 27 de agosto de 1870 en Tepic, Nayarit, la vida de Nervo estuvo marcada por tres muertes: la de su padre que murió cuando tenía nueve años, la de su hermano, que también era poeta, y quien cometió suicidio, y la última a la que dedicó la mayor parte de su obra poética, el deceso de su musa Ana Cecilia Luisa Daillez, esto lleva al poeta hacia una temática y un estílo peculiar que lo hace trascender hasta nuestros días.
Nacido el 27 de agosto de 1870 en Tepic, Nayarit, la vida de Nervo estuvo marcada por tres muertes: la de su padre que murió cuando tenía nueve años, la de su hermano, que también era poeta, y quien cometió suicidio, y la última a la que dedicó la mayor parte de su obra poética, el deceso de su musa Ana Cecilia Luisa Daillez, esto lleva al poeta hacia una temática y un estílo peculiar que lo hace trascender hasta nuestros días.
El
legado de Nervo -reconociendo la herencia de Rubén Darío y Leopoldo Lugones- nos
ha llegado como una literatura fluida y flexible, que al principio de su
carrera tiende al estilo romántico, pero ya en la parte central de su trabajo
como escritor se nos muestra como poeta ecléctico, es decir, que no se puede encasillar en un estilo particular.
Nos enseña de la manera más sutil el manejo de diferentes recursos literarios, pasa de una etapa a otra sin bruscas revoluciones, sin pronunciamientos literarios tajantes por lo que su voz al escribir nos ha seducido ya desde hace poco más de un siglo con ese tono juvenil en el cual no se sabe dónde termina la literatura y dónde empieza la vida, donde nos dejamos de sentir un presente melancólico, doliente y desesperado.
Nos enseña de la manera más sutil el manejo de diferentes recursos literarios, pasa de una etapa a otra sin bruscas revoluciones, sin pronunciamientos literarios tajantes por lo que su voz al escribir nos ha seducido ya desde hace poco más de un siglo con ese tono juvenil en el cual no se sabe dónde termina la literatura y dónde empieza la vida, donde nos dejamos de sentir un presente melancólico, doliente y desesperado.
Verónica Nuñez González
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